Muchas veces me gustaría que existiera una espada del augurio para ver más allá de lo evidente y que nos adelantara lo que va a suceder. Pero a la vez sabemos que si tuviésemos certeza de todo, la vida nunca nos sorprendería ni existiría destino, pues todo sería conocido por nosotros.
Las sorpresas nos mantienen de cierto modo vivos.
Una vez, en un monótono día de deligencias en el centro un señor muy amable en silla de ruedas que pide monedas fuera del banco me sorprendió cuando salía de este mismo, y en medio de la monotonía bancaria alza su voz y me dice:
-¡hija mia!, mi querida niña, ¿hace cuánto que no la veía?-
A lo que yo finalmente me detuve y le dije:
-¿cómo le va señor? si es verdad, hace mucho que no pasaba por aquí.
¿cómo ha estado su día?¿bien?-
Y él respondió con voz cansada:
-he estado bien gracias a Dios, y las personas se han portado bien hoy,
solo me duele un poco una pierna-
En eso miré sus ojos y noté que eran de un color medio celeste y tenían ese dejo de tristeza en su interior. Me quedé pensando un momento ahí, mientras ese señor me miraba y se estiraba para tomar mi mano. Me fue imposible negarselo, pues pensé que no soy nadie para negarle un poco de felicidad a un anciano que se muestra delicado y bondadoso. Y que a pesar de no saber nada de él, di pequeñas palmaditas en su mano compadeciéndolo y consolándolo de no sé en realidad de qué, y permitiéndole refugiarse un rato en las palabras que intercambiamos.
Supuse que muchos de los que pasan por ahí, dan o simplemente tiran una moneda a su vaso viejo y desteñido, sin siquiera notar a la persona que está ahi.
Y hoy, que pensé en ese señor, siento que fue una muy feliz sorpresa en un día de mi vida.
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